domingo, 7 de octubre de 2007

La ciudad de los gigantes


Con un elaborado concepto de los “lentes son para el sol y para la gente que me da asco”…me aferro a el, me agazapo sobre la mesa y meto en mis bolsillos el reproductor de cassettes y con el mi obra preferida desde la niñez, Mothers milk de Red Hot Chili Peppers. La verdad!? Nunca olvidaría mis gafas a la hora de salir a caminar. Debe ser que en ellos escondo todo lo que soy.

No dejo que nadie pueda penetrar a través de mis ojos y llegar a mi corazón como así también no me permito entrar en los estrechos pasillos de los demás corazones.

A las 3 de la tarde las resacas duelen como una aguja enterrándose muy profundo. Eso significa que es hora de recordar la noche anterior. El hecho es que prefería no hacerlo. Había cometido demasiados crímenes como para ponerme a calcular si tenía un pase libre al infierno. Lo cierto es que salí a caminar, mis lentes, mi música y yo…

Los gigantes siempre estaban, convivían con migo, yo respetaba su territorio, ellos el mió. El respeto no era problema en nuestra difícil relación. Solo que esta vez uno de ellos decidió cruzarse en mi camino, detenerme y decirme sutilmente que “algo andaba mal”. Por cierto, cuando me descuide sentí una mirada en mi espalda. Di media vuelta y pude ver su cara, era mi sombra! En su mano tenia una pistola y en la otra una carta y una rosa blanca. ¿Cómo no suponer que la bala que llevaba esa pistola en su recamara llevaba mi nombre?¿como no suponer que ese tiro venia directo hacia mi cuerpo si no conozco a nadie en mi mundo que ame tanto las rosas de color blanco?¿la carta?, esa era mi duda. ¿A caso esa seria mi despedida?

Trascendieron algunos minutos creo hasta que tomo valor. Si! La sombra tomo valor y en un pestañeo sentí una terrible herida en mi corazón, aunque nunca perdí de vista sus ojos y nunca sentí el disparo, descendí hacia el suelo. Quedando solo a la deriva entre la vida y la muerte. Esta vez mi sombra se había librado de mi, y nada tenia sentido. Esa arma nunca había sido disparada. Asombrado de verla frente a mi, me quite mis lentes de sol y creo que en ese tiempo mi corazon estallo.

Los gigantes que siempre estuvieron acompañándome mientras asesinaba la soledad en viejos bares ahora eran testigos de mi muerte.

“Esta vez había llegado mi turno, era yo quien seria asesinado de una mirada al corazón en la ciudad de los gigantes”.

2 comentarios:

rocío dijo...

todo gigante termina exhausto de que lo observen los de afuera

koko dijo...

te miro en mi espejo, tan zarpado que ya nos desisimos de nuestra piel... hermano, se que aun no hemos entrado en nuestras relucientes almas pero ya sabes que sobre la arena no corre el reloj...

juan: hay algo en vos que le falta a este mundo.

solo tenes que devolverlo
ok solo queria decir eso...chau